Un robot del futuro para reivindicar el cine del pasado.
– Director: Andrew Stanton
– Guion: Andrew Stanton, Pete Docter, Jim Reardon
– Producción: Pixar Animation Studios
El cine de la factoría Pixar nunca deja de sorprender, año tras año deleitan al espectador con películas de animación que superan a las anteriores, tanto a nivel técnico como de guion y puesta en escena. Y «WALL-E» no ha sido una excepción, sino el descubrimiento de una obra magistral, una poesía visual, nunca mejor dicho, que consigue proyectarnos al futuro para volver al pasado del cine. Un misterio, una verdadera paradoja que revela el mensaje metafílmico que no puede haber futuro para el cine si este no recuerda su pasado.
En un futuro quizás no muy lejano, en un planeta Tierra devastado ecológicamente, WALL-E es el último robot que funciona de su especie, un robot de limpieza, dejados atrás por los humanos para que volvieran a hacer habitable el planeta mientras ellos se marchaban al espacio por unos años. WALL-E sigue su misión, desgastado pero incansable, pero su curiosidad le hace descubrir tesoros insólitos entre los desechos, tesoros que guarda con cuidado, como única compañía en su soledad. Esta soledad terminará el día que aterriza una robot, EVE, que viene a explorar el planeta. Comenzará así una entrañable historia de amistad y amor entre los dos robots.
Pixar, a través del director Andrew Stanton, consigue varios hitos en el cine, ya sea de animación o no, con esta propuesta, mucho más atrevida y radical que lo que se ve a primera vista. La primera de ellas, y no por ello menos importante, es conseguir que unos personajes que son unos robots, formas de vida artificial, sean lo suficientemente expresivos como para transmitir emociones y empatía al espectador; lo más revolucionario, sin embargo, no es descubrir que lo consiguen con creces, sino que lo hacen de manera minimalista, a través de pequeños gestos y, sobretodo, a través de una mirada, la de WALL-E, cargada de inocencia y con una capacidad de maravillarse sin límites, la mirada limpia de un niño, explorando el mundo y el espacio, enfrentándose y juzgando al mundo de los adultos/humanos. Esta mirada ya es una primera declaración de intenciones: retrotrae en este espíritu de viaje iniciático, a esa mirada limpia, inocente, con que en el cine pretérito, sobre todo en los años 80, criaturas de diferente procedencia, retrataban y juzgaban a la Humanidad; no es casualidad, pues, el parecido físico y de actitud del robot WALL-E con la de Johnny 5, el robot de «Cortocircuito» (1986) y con el alienígena de «ET» (1982); y donde los niños y adolescentes se enfrentaban al mundo de los adultos. En este punto, tampoco es casual que una excelente película de animación de 2006, «Monster House», también recuperara el espíritu de los filmes de los años 80, con claras referencias estilísticas y de contenido con «Los Goonies» (1985), «Cuenta Conmigo» (1986) o «Monster Squad» (1987). Este afán de regresión al pasado es fruto de una profunda reflexión en torno a la sociedad y al propio cine, donde los avances tecnológicos y la cruel lógica del mercado globalizado hacen que se pierda toda posibilidad de inocencia y maravilla, los que, al fin y al cabo, fueron los ingredientes primigenios del cine. Ni es azaroso que en otro film reciente, en este caso de imagen real, como «District 9» (2009), se recurriera a la mirada limpia de unos alienígenas desamparados e inocentes, para juzgar lo peor del ser humano. Es necesario, por tanto, recuperar esa mirada inocente capaz de emocionar y de emocionarse, que también es la del espectador, para descubrir no sólo el mundo que nos rodea, sino el que podría ser.
El destartalado WALL-E es, pues, el portador de esta mirada, una mirada que acabará desarmando a la sofisticada y eficiente EVE y a los perdidos, en todos los sentidos, seres humanos para salvarlos de la entropía consumista y acomodaticia devolviéndolos a sus raíces.
Otro reto, este si cabe aún más colosal que el anterior, era plantear una película casi muda para conseguirlo, aunque al final esta apuesta resulte de una coherencia extrema: ¿qué mejor para recuperar la esencia del cine que reducirlo a su expresión más pura y primigenia, la imagen en movimiento? El lenguaje cinematográfico expresándose y transmitiendo a través de la imagen, con la sólo aparente simplicidad y expresividad visual del cine mudo, apartándose en lo posible de los diálogos e inspirándose desde en el cine de Chaplin y Buster Keaton hasta el espíritu de los musicales, con la brillante utilización metafílmica de «Hello Dolly» (1969). El film presenta magistralmente a los personajes y su entorno, la desoladora soledad del protagonista, su personalidad, prácticamente sin ningún diálogo, a través de una puesta en escena sorprendente, unos ágiles gags visuales y un ritmo que no decae. Incluso en la segunda mitad, con la aparición de los humanos, el diálogo queda reducido al mínimo necesario para la historia, dejando el protagonismo a los expresivos, pero mudos, robots, ya que el único robot que habla es el despiadado piloto Automático, una clara referencia al HAL de «2001: Una odisea del espacio» (1968). Una apuesta arriesgadísima, sin duda, ya que requiere de un esfuerzo extra por parte del espectador al que este no está demasiado acostumbrado, pero de la que la película sale más que airosa.
Al final, la salvación del futuro, del cine y de la Humanidad, sólo será posible a través de la recuperación de las esencias del pasado, de la inocencia, de la capacidad de maravilla y de un gesto, a la vez tan sencillo y tan complicado, como girar la cabeza, mirar a quien tenemos al lado, y cogerle la mano.
(A partir de uno de mis trabajos para la asignatura “Análisis y crítica audiovisual” de la UOC, en 2009).